A nadie debería extrañar hoy en día el sometimiento y la manipulación a la que el pueblo es sometido con argumentaciones mucho menos que pueriles. Crisis, tiempos de crisis, como si la crisis no fuera inherente al propio ser humano.
Quizás lo maravilloso de esta época que nos ha tocado vivir es que somos realmente conscientes de la necesidad de modelar las complejas estructuras sociales en base al rigor de la ética y al amparo de una solución colectiva y global. El capital circula a su antojo, es verdaderamente libre para cruzar fronteras sin visados o incluso es capaz de canalizar la voluntad de la legitimidad política en la dirección que mejor estime para propios intereses. Pero esto no es nuevo.
Sometidos pues al mayor fracaso posible, mí generación, probablemente la mejor formada a escala planetaria, se halla ante una ruptura social desencadenada por el obsoleto modelo de desarrollo, ya no como sociedades estatales sino como especie incapaz de evolucionar sin repetir los mismos fallos una y otra vez. Es, sin duda, un cúmulo de circunstancias que demuestran la inviabilidad y actitud mediocre e insolidaria del ser humano en respuesta a los estímulos de su entorno, ya sea natural o personal.
El ser humano es aquello cuanto aprende, por tanto, cuanto ve y escucha. Desde pequeños somos seres depredadores de percepciones y tal es así, que asimilamos como natural el instinto de supervivencia en un marco social dominado por el consumo y apreciación de cuanto puedas ostentar.
Ejemplos los hay variopintos y abundantes. Gobiernos que actúan dando bandazos, sin criterio, a base de encuestas y buscando el rédito electoral como puro benefactor de un marketing político (a sabiendas de cuanto hay en juego). Mercados que toman peso como anfitrión y agente supranacional que determina las políticas económicas y sociales a aplicar, dominante en cuanto su perseverancia somete al pueblo a una dependencia sublime del puro y vil papel. Todo un puro ejercicio democrático. Actitud que trasciende sobre unos ciudadanos acostumbrados al derroche, la apariencia, sentados en la opulencia de vivir “de prestado”, entregando sus vidas a la esclavitud de unas deudas, de unas obligaciones contraídas sin detenerse a pensarlo, sin planear mas que la eventualidad de una cotidianidad cuyo horizonte es el día siguiente. No existe planificación en nuestra sociedad, en nuestras mentes, en nuestros proyectos mentales. El “time-to-market” se ha instalado en nuestros hábitos una vez el ser humano se ha despojado de la persona y se ha convertido en producto, en puro objeto de consumo. Una dignidad que puesto el telón a nuestra conducta, ejercicio de relativismo que se extiende a todos los ámbitos y esferas de nuestra sociedad.
Es esa la sociedad que queremos para nosotros, para los nuestros, los de ahora y los del futuro? Es este, acaso, un lugar mejor? No seguiremos siendo esclavos de deseos enajenados, sujetos a la rendición de un patrón y a la pura obsesión de acumular?
Crisis, este mundo siempre ha estado en crisis. Guerras y conflictos bélicos que van y vienen, incrementándose cada día. Aumento del nivel de vida en los países occidentales pero aumento de la pobreza y el hambre global. Mas capital pero un mayor distanciamiento entre clases adineradas y el pueblo llano, una clase media-baja con menor poder adquisitivo. Mayor poderío tecnológico, mayor capacidad de producción, menor coste, mejor logística, mayor interconexión planetaria, pero menos alimentos.
No de ahora, sino de siempre, la tendencia ligada al mercantilismo de nuestra propia conducta y visión de sociedad. Intereses e individualismo. He aquí la crisis que suscita nuestra existencia.
slds