Siempre he tenido la teoría de que los relativistas y todas sus variantes, en realidad lo que son es lo que anteriormente se llamaba "libertinos", su reconversión no ha sido más que una cuestión nominal. Algunos de ellos (los más recalcitrantes) dirán que siguen tal o cual moral relativista, cuando la verdad es que no siguen moral alguna, más que la de sus propias apetencias. Proceden de manera contraria a la de los seres morales( sin connotaciones): primero hacen lo que les viene en gana, y luego se montan una teoría (según ellos racional) para justificar sus actos.
La razón suele dar mucho más de sí que lo que a primera vista puede parecer, y entrando por los recovecos de la lógica (mal entendida, evidentemente) se puede engañar a la suficiente cantidad de incautos como para poder continuar haciendo lo que les sale.
Pero otro efecto manifiesto de quienes se llaman relativistas o escépticos es la impostura. Quiero decir que en modo alguno son coherentes con cómo se denominan. Postulan una metafísica por completo inútil. Se declaran relativistas camuflados en la progresía, pero se conducen como absolutistas, como cualquier hijo de vecino ajeno a la instrucción y mal avenido con la razón: sus gustos (no ya sus razones, que no aducen) deben prevalecer, so pena de conflicto social. Dicen, en su calidad de escépticos, no estar seguros de que nada exista, pero todos se guían como personas realistas, respetuosas de las leyes físicas en que todos creemos (ninguno de ellos se arroja por la ventana para demostrar la inexistencia de la gravedad, ni ninguno mete la mano en el agua que hierve).
Sin embargo, y esto es lo peor, su imperio de escaparate (“cosa de mucha apariencia y poca entidad”), tan propio de quien, en el fondo se sabe inútil, no deja el mundo como está, sino que lo esteriliza y destroza. En efecto, tras su paso, la educación de los niños se convierte en un baile de salón por completo inútil; el arte se abisma en la nada por falta de apoyo real (se niega la belleza, la elegancia, lo maravilloso de este…); la economía se yergue como un juego de quimeras, como un castillo de naipes; la ética fenece al despojarse la moral de la razón, etc. El mundo necesita el respaldo de la universal razón, o sufrirá las ya visibles consecuencias de la idiotez.
Lejos de pretender justificar los abusos y barbaridades que se han cometido, o se comenten, en nombre de diferentes divinidades, muchos de quienes hoy denuncian con rabia y odio la irracionalidad de las religiones, incurren en mostrencas torsiones de la razón y fanatismos varios. El relativismo epistémico y moral es un manantial de irracionalidades sin cuento.
Esto es lo que da de sí la “razón” nihilista de la posmodernidad. No se agota aquí el listado de locuras relativistas, cuya trascendencia pública es aquí, y en estos momentos, mucho mayor que la que pueda tener cualesquiera otras creencias. Sin embargo, los desvaríos dogmáticos de la corrección política gozan de total impunidad. Al menos de momento.