Queriendo compartir el incordio de una locura no anunciada, prefiero alzar la mirada a las cumbres serranas y echarme a soñar, retar el desafío de lo vertical, el cual presencia el destino de mis sueños desde que tengo razón de uso
Esta manaña he dibujado trazos de ilusa imaginación. Despierto, quizás aún en sueños, he querido dar retazos de una línea imaginaria, divisoria, inexistente pero tan real como yo mismo, como aquello que abunda en mí. Con la pereza de quienes planean la eterna sumisión a la contradicción de una espera planeada, he sabido resistir la asombroza ingratitud de un hado, cedido a la fortuna de los acontecimientos pasados y futuros.
Momentos y singularidades que acarrean la atemporalidad de una morada dinámica, en movimiento. Vidas e historias que crecen, maduran y marchitan bajo un mismo sol, simple apariencia de circunstancias anodinas, eventualidades que coinciden circunstancialmente en un plano físico o temporal, quizás sólo mental.
Acaso no es la vida una mera percepción de un movimiento infinito, un conjunto de mutaciones internas y externas. Todo fluye hacia el cambio, hacia la dinámica de lo que pudo ser y no fue. Células que se deterioran y envejecen, ideas que se transforman, pareceres que dismienten las opiniones vertidas con anterioridad, sentimientos que crecen o mueren, personas y amistades que aparecen en momentos puntuales para luego desaparecer, seres que nacen y florecen en la vida de cada cual, otros que dejan de existir…
Será que aquello que llamamos vida, aquello que nos pertenece y define, es tan transitorio como inesperado y milagroso. Somos simples eventos aleatorios en un vasto universo de indecisiones.