¿Somos criaturas libres o la libertad es sólo una ilusión que se forja la consciencia? Las investigaciones neurológicas actuales nos indican que nuestras decisiones son inconscientes. Una parte de nuestro cerebro se activa unas décimas de segundo antes de que verbalicemos la decisión. Voy a explicar aquí qué pienso sobre la relación entre razón y libertad. El siguiente texto será una reflexión contra el relativismo. Esa impostura psicológica e ideológica que nos lleva a renegar de nosotros mismos.
Imaginemos por un momento en que todos estuviésemos de acuerdo con una obviedad como que el cielo es azul. Ya sé que es mucho pedir, pero solicito un esfuerzo a los relativistas.
Vayamos ahora con lo de las obligaciones. ¿Qué fuerza psicológica me podrá impedir que yo diga que el cielo es verde o rojo? ¿Es mi deber, en algún sentido concebible, afirmar que el cielo es azul? ¿Qué me obliga a decirlo? En realidad, la lógica y nuestros sentidos. Sin embargo, una cosa es estar obligado a hacer algo y otra, bien distinta, estar o ser “forzado” a hacerla; es decir, hacerlo por una fuerza incoercible. En la naturaleza actúan fuerzas. Por eso hablamos de cuatro fuerzas fundamentales: nuclear fuerte, nuclear débil, electromagnética y gravitatoria. Las leyes físicas, no “obligan”, sino que “fuerzan”. Ese cuerpo no “obedece” la ley de la gravedad cuando cae al suelo: simplemente se ve forzado a caer al suelo por una fuerza que actúa en él. La obligación (o el deber) pertenece, exclusivamente, al reino de la consciencia (esencialmente la humana hasta donde nos es dado conocer) y de la libertad de acción.
La única libertad que conoce el ser humano es la que dimana de la razón, cimiento de la voluntad. Si actúo inconscientemente, actúo forzado por elementos psíquicos incoercibles e incontrolables.
¿Qué nos obliga a aceptar los recados de la razón y la evidencia? ¿Qué nos obliga a responder que el cielo es azul y no verde? Nuestro deseo de ser libres, de respetarnos a nosotros mismos, de actuar con auto-control, de sentirnos actores que saben por qué hacen las cosas. Psicológicamente hablando, resulta casi insoportable la sensación de que actuamos de x manera sin saber por qué actuamos así. Existen contundentes pruebas sobre nuestra necesidad de generar ideas que justifiquen nuestros actos. Racionalizar no es dar razones, desde luego; pero hay que señalar que tanto racionalizar como dar razones son un intento de nuestra mente de mantener en pie nuestra idea de que somos agentes libres, autodeterminados.
Pues bien, ajustarnos a la razón es la única manera de que nuestro deseo de libertad sea algo más que una mera ilusión (racionalización) o compulsión incoercible.Es decir, la libertad del hombre sólo se hace posible cuando se aceptan las restricciones de la lógica y la axiología. Escoger la solución lógica es la única manera de obrar libremente, bajo control. La obligación moral no fuerza. La obligación “sólo” exhorta. Sólo el respeto a los hechos y la lógica satisface mi deseo de ser un agente libre (o lo más libre posible) en esta vida.
Nada nos fuerza (porque no somos computadores programados para…) Si operamos lógicamente es porque “valoramos” la lógica como el medio por excelencia de sabernos libres: autocontrolados. Podemos emperrarnos en el que el cielo es verde o rojo, o que 2+2 son 5 para burlarnos de algo o alguien, o de guasa. Pero si pretendemos afirmarlo en serio, entonces le faltamos el respeto a la misma consciencia de las cosas, nos faltamos el respeto a nosotros mismos, nos llevamos la contraria, nos contradecimos. Por eso, aunque los relativistas intenten hablar con expresiones relativistas, les es imposible: siempre se les cuelan expresiones absolutistas, objetivistas. Bajan la guardia y prescinden del “a mi parecer”, “para mí”, “a mí me gusta”… y recurren al “X es tal”, psicológica y lógicamente omnipresentes. Es que el relativismo propone la negación del mismo yo: una operación tan absurda que la mente la repele con todas sus fuerzas.
Irónicamente, sólo obramos libremente cuando observamos las exhortaciones de la razón, cuando contraemos la obligación de respetar lo que se muestra evidente a la conciencia , lo demás es faltarse el respeto a uno mismo, negarse a uno mismo.
Somos libres cuando nos acogemos a los dictados de la razón y la evidencia.
Todo esto podría llevarnos a una postura esencialmente determinista, estamos pues ante uno de los problemas filosóficos (o psicológicos) más arduos y complejos que existen. Es muy probable que, por muchas vueltas que le diésemos al asunto, siempre llegáramos a la conclusión de que estamos determinados por factores que no controlamos. Ocurre, no obstante, que creo que no es incompatible estar determinados pero ser libres. La idea de la determinación de la conducta afecta a todo ser del universo (vivo o no vivo) Por ejemplo, los movimientos de una piedra están determinados por fuerzas externas a ella. Si los seres humanos estamos, en última instancia, determinados por x fuerzas incontrolables, ¿nos podemos equiparar a las piedras? ¿Somos tan poco libres como ellas?
Pensemos en una hoja que cae del árbol en otoño. ¿Es libre esa hoja? No, ella no controla la caída. Simplemente está a merced del viento y la fuerza de la gravedad. Y no es capaz de albergar ningún fin. Si el aire sopla para arriba, ella se elevará un tanto. Si se produce un torbellino, ella dará vueltas dentro de él… A mi modesto entender, nosotros, los seres humanos racionales y cuerdos, somos totalmente diferentes a esa hoja otoñal , nos fijamos fines y ponemos los medios para alcanzarlos...
Ahora bien, ¿en función de qué cosa nos fijamos esos fines? En función de nuestra naturaleza. Una naturaleza que, es cierto, no hemos elegido. Pero bueno, una vez dada mi naturaleza, yo no puedo hacer otra cosa que satisfacerla. Por ejemplo, es parte de mi naturaleza el deseo inconsciente e instintivo de vivir. Esta me es dada desde el nacimiento sin que yo haya hecho nada para sentirlo. La proximidad del dolor y la muerte me alejan de mi deseo de vivir y de ser feliz. ¿Qué debo hacer entonces? Si soy un ser racional, buscar la manera de procurar longevidad y felicidad. Y, para ello, entiendo que necesito trabajar (para comer, tener casa…), cuidar mi salud (mantenerme sano y en buena forma…), descubrir y cultivar aficiones (pintar cuadros, escalar montañas, tocar la guitarra…), etc.
Es decir, yo no he elegido mi naturaleza. En eso soy tan poco libre como la piedra o la hoja. Pero, una vez que yo descubro cuáles son mis más profundos e inconscientes deseos (vivir con la mayor felicidad posible), ideo maneras de satisfacerlos: me propongo fines y medios para alcanzar ese fin original (vivir mucho y feliz en la medida de lo humanamente posible) Es decir, si yo concibo fines y los alcanzo racionalmente (por medio del entendimiento y la voluntad), yo controlo mi conducta. En tal caso, soy libre. Aunque, ciertamente, no siempre sé ni puedo hacer lo que conviene a mi naturaleza: a veces me flaquea el entendimiento o la voluntad. Entontes pierdo control sobre mí, dejo de ser (tan dueño) de mí. En ocasiones levanto la mano a los rigores del deber y me dejo llevar por apetitos que obstaculizan mis fines más preciados: “no entreno para mis aficiones, me echo un cigarrillo o dos de más, no me aplico mucho en el trabajo…”
Pienso, por tanto, que la libertad es solo concebible por un ser capaz de fijarse metas racionales y de alcanzarlas mediante el ejercicio de la voluntad y la inteligencia.
" Aquello que no ha sido elegido por nosotros , no podemos considerarlo ni como un mérito ni como un fracaso"
M.Kundera ( la insoportable levedad del ser)