Esto del liderazgo es otra cuestión que pone de manifiesto lo complejos e intrincados que somos los seres humanos , de nuevo, se me ocurren dos conjuntos de comportamientos contrapuestos:
1. Por un lado, nos asusta un poco (o un mucho) el concepto de líder, pues tememos los abusos de poder de aquél en quien hemos depositado nuestra confianza para que nos dirija en algún asunto. En gran medida, la vida democrática, según la entendemos, preconiza un híper-igualitarismo esencialmente contrario a la idea de líder, de autoridad o de jefe. De ahí todos los reparos comúnmente expresados contra todo ello. Ya no queremos a un jefe ajeno a nuestra voluntad, sino, más bien, a un “consejero”, o “asesor”, o “consultor”, u “orientador”, o “experto”, etc. Es decir, a alguien que responda a nuestras dudas, pero que no nos prescriba o imponga soluciones.
2. Por otro lado, tenemos (o muchos la tienen) esa propensión a la mitomanía que, como digo, contradice ,o matiza al menos, las cautelas igualitaristas señaladas. Somos demócratas, sí, pero aceptamos gustosos (aunque no sea mi caso) vivir en una monarquía (cuyos engranajes, basados en el privilegio, chirrían al intentar acoplarse con los de la democracia, basados en el derecho). Todos los días compramos revistas que nos permitan olisquear la suntuosidad del poder, la fama y el dinero. ¿Cuántas revistas hay sobre famosos y famosillos? Las muchedumbres rinden pleitesía de ordinario a símbolos o “estrellas” del cine, del deporte en nuestro caso, la música, de la belleza (mises y modelos) o incluso la política demagógica. Nos desvivimos por el autógrafo de nuestro personaje admirado. A diario estamos reconociendo a líderes en distintas facetas de la vida, a veces mediando la reflexión, pero no siempre. Cuando compramos el libro de nuestro autor favorito y decidimos seguir sus consejos o imitar irreflexivamente su pensamiento, cuando nos pasmamos ante nuestro pintor predilecto e intentamos emularlo, cuando vemos la tele de nuestro presentador preferido, cuando compramos una chaqueta de marca, o una mochila, o unas gafas, etc.
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Parece que está demostrado que casi siempre acertamos al elegir a un líder, entonces es evidente que éste lo es, en parte, por sus méritos. Dos cosas son ciertas:
1) muchas veces el líder hace méritos para serlo ...
2) las personas solemos mostrarnos deseosas de admirar a alguien y de dejarnos arrastrar por quien mejor compite. De nuevo sale a la palestra el concepto de competición. Pero es que ésta es evidente a diario. Fijémonos, sino, en el caso del fútbol. ¿Quién es el líder? Pues el equipo que mejor juega, el más poderoso. ¿Con qué equipos suelen ir los amantes del fútbol? Con los más poderosos... ¿ y en la montaña ? ¿ quien es mas lider ? ¿ el que más curriculum , experiencia y criterio tiene ?... pues parece que no , ¿ el que mas grado hace ?... , en cierto sentido sí pero tampoco ...parece que en muchos casos tiene que ver con ese afán competitivo pero no necesariamente se limita al ambito deportivo
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Psicológicamente hablando, seguimos fervientemente a diversos líderes, por un fenómeno psicológico llamado “introyección”. Consiste en hacer nuestras las aptitudes psicológicas y facultades de la persona admirada. En interiorizar la conducta del otro, este fenómeno es posible gracias a las llamadas “neuronas espejo”.
Tales neuronas son la base de la imitación y la cultura y por tanto, de la evolución prodigiosa de la inteligencia humana. Es fácil de entender pues si yo estoy biológicamente preparado para atender e imitar gustosamente a quien admiro, entonces estoy intentando aprender lo que él sabe. Una vez que reproduzco su conducta, sus habilidades, ya estamos ante ese fenómeno que nos hace tan especiales dentro del reino animal: la transmisión cultural.
Por otra parte , la imposibilidad de admirar es la imposibilidad de ser inteligente, tanto si nos referimos a individuos como si nos referimos a sociedades. ¿Pues qué es admirar sino prestar una atención superlativa a la conducta del otro? La persona creativa necesita, para serlo, estar intensamente interesada por determinados aspectos de la vida, quedar emocionalmente atrapada por los prodigios que ofrecen el mundo y los demás. No hay inteligencia sin atención inicial. La apatía es la muerte de la inteligencia.
Con demasiada facilidad vemos todos los días que la conducta social sana, inteligente y productiva se nos degenera en gregaria y fanática. Son contraindicaciones de nuestra naturaleza social que siempre deberíamos tener presentes. Como en casi todo en la vida, podemos pecar por defecto o por exceso. Admirar en exceso conduce directamente a la adhesión incondicional por el otro, en la que nunca deberíamos caer. La renuncia a no admirar es tanto como cerrar la mente a las maravillas que nos ofrecen nuestros semejantes y el mundo.
Es decir, estamos singularmente preparados por nuestro cerebro para sentir admiración (aunque también envidia) por aquellos individuos que sobresalen en algun aspecto intelectual o vital. Lo cual nos lleva a imitarlos. Solo hay que reparar en la fruición natural con que los niños admiran e imitan a sus diferentes ídolos (aparte de a sus padres en primera instancia: deportivos, musicales, cinematográficos…) para darnos cuenta de su relevancia en el desarrollo normal de su inteligencia.
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¿Cuál es nuestro caso? ...Me temo que hemos confundido todo lo relativo al líder con todo lo relativo a la autoridad despótica. Recelamos de todo lo que suene a autoridad, temerosos de que nos metan gato por liebre, temerosos de que se instale entre nosotros un sistema clasista y excluyente. Es lógico que miremos con tiento a aquél que se puede erigir como nuestro líder, porque nos va mucho en ello, pero no hay justificación para que denostemos de antemano y sistemáticamente todo lo que huela a autoridad, entendida como prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia . Cuando renegamos de todo vestigio de autoridad (de liderazgo), estamos negándonos a reconocer las virtudes de aquellas personas que sobresalen en alguna materia. Y nos privamos a nosotros mismos del inmenso placer de admirar a los demás, de estar agradecidos a la existencia de talentos y habilidades ajenos.
Nos debemos prevenir de los efectos nocivos de nuestra sociabilidad, de los autoritarismos despóticos y de la conducta borreguil, pero no de la admiración a la autoridad legítima y meritoria. Cuando nos negamos a admirar, ejercemos de ingratos y mezquinos, incapaces de reconocer con generosidad lo que el otro nos ofrece (aunque por otro lado no podamos evitar la mitomanía poco racional). Y esto nos aboca también al encumbramiento de la mediocridad y la chabacanería.
Líder es aquél a quien seguimos por voluntad propia, por consideración de su valía, no aquél que nos impone sus ideas por la fuerza.¿ por qué actualmente estamos rodeados de tantos conflictos interpersonales? ...otro fenómeno comunísimo hoy día, derivado, sin duda, de nuestra moderna (o posmoderna) renuencia a admitir la existencia de autoridades y líderes legítimos. Agradecemos, por supuesto, que nuestras democracias hayan eliminado los atropellos de las autoridades despóticas y los graves conflictos de clase. Pero algunos deploramos la proliferación innecesaria de una cantidad ingente de conflictos interpersonales de diferente consideración. Un igualitarismo excesivo es la antesala del conflicto. ¿Por qué? Porque al no admitir a nadie por encima de uno, al no admitir a casi ninguna autoridad a la que hacer caso, nos encontramos con que nadie quiere ceder en nada ante el otro. Cuando estamos dispuestos a admirar y a aprender de quien claramente sabe más que nosotros, entonces estamos evitando una confrontación innecesaria porque acatamos el magisterio del que más sabe sobre algo. Nos hemos librado de la amenaza de los grandes conflictos , pero a costa de convertirnos todos (o casi todos) en pequeños gallos de pelea que rara vez están dispuestos a ceder ante el otro, aunque claramente nos aventaje en saber o sabiduría.
Seguramente quienes visitamos este blog y otros parecidos, seamos lo suficientemente humildes para dejarnos asombrar por los que más saben (filósofos, científicos, grandes personalidades , gente con autoridad moral necesaria …) y guiarnos reflexivamente por sus palabras. ¿Pero es ésta la actitud general de la población? Quizá la cuestión no sea sólo la de quién elige al líder, sino la de a “qué” líderes elegimos, a qué tipo de personajes nos gusta seguir. . La calidad con mayúsculas está escondida, pugnando siempre por salir a la luz. Parece que las mayorías prefieren otro tipo de líderes: machaconamente los que pare el fútbol, la televisión basura de famosillos del tres al cuarto, de ídolos musicales de dudosa calidad , etc. ¿A qué rendimos pleitesía masivamente: a la profundidad o a la banalidad?
Dime a quién admiras y te diré quien eres.
Saludos.